Hace unos años preparé un texto para un encuentro organizado por la Fundación Comillas y coordinado por Daniel Cassany. Aunque parezca mentira, esta presentación, que se titulaba Redesconectando el aula, todavía resulta bastante actual, así que he decidido sacarlo a la luz:
En la actualidad, cualquier proyecto o programa educativo que lleve el marchamo de la tecnología cuenta con el beneplácito inmediato de usuarios y administración, sin que se plantee, al menos de forma previa, un filtro crítico que permita separar los usos realmente eficaces de aquellos que simplemente traducen a formas digitales planteamientos analógicos, sin tener en cuenta el nuevo ecosistema de comunicación en el que se plantean.
De alguna manera, es como si la prisa por conectar las aulas no nos hubiera dejado el tiempo suficiente para asentar procedimientos, no sólo en el plano docente, sino también en la dimensión social y personal, algo que se hace especialmente evidente en el uso de las redes sociales digitales para la enseñanza y el aprendizaje.
¿Debemos plantear primero el salto tecnológico y confiar en que después se produzca, de manera natural, el cambio de actitud docente? O por el contrario ¿será más adecuado planificar el siguiente paso de manera unitaria, como un cambio tanto profesional como personal? ¿No es más productivo, en esta situación, desconectar el aula, para volverla a conectar adecuadamente?
Derechos de autor de la imagen: Pierre-Félix So
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